Jan Horejsi. Una Evocación Íntima
José Enrique Pons
Coincidí con Jan en varios congresos de la especialidad que nos entusiasmaba a ambos. La ocurrencia ocasional de los mismos no impedía que en cada uno, nuestra relación, al principio apenas formal, aunque no sin calidez, se solidificara, transformándose en una creciente amistad, que la intercurrente lejanía no menguaba.
Cuando lo conocí me impresionó su rostro, con esos rasgos tan característicamente eslavos, en el que destacaban los ojos de mirada vivaz. El cuerpo ancho, robusto, revelaba la orgullosa raza a la que representaba con hidalguía.
Nos entendimos casi desde el principio, hablando cada uno en ese balbuceante inglés con que procuramos comunicarnos todos los que manejamos con mayor solvencia otras lenguas. Pero esa mitad de la lingua franca internacional contenía la cuota de sentimientos necesaria para que el afecto y mutua comprensión fluyeran sin velarse.
Compartimos largos años de trabajo en sucesivas directivas de FIGIJ. Yo en distintas posiciones y él en permanente desempeño de la tesorería. Jan era “el” tesorero por antonomasia. Que antes y después de su gestión el cargo fuera desempeñado por otras personas, con tanta dedicación y solvencia como las suyas, no impedía que muchos sintiéramos que “tesorero” y “Jan” eran sinónimos.
Pero los números y la responsable preocupación por las finanzas de FIGIJ, no lo definían. El alma de su peripecia vital era la Ginecología de Niñas y Adolescentes, tarea en la cual volcaba su energía, capacidad organizativa y eximia destreza quirúrgica, aunada a una verdadera veneración por la figura y la obra del Prof. Rudolf Peter, quien había proyectado a Checoslovaquia a una posición de liderazgo mundial en la Ginecología de Niñas y Adolescentes. Jan cumplió esas tareas con grandeza, que disimulaba en una moderación de gestos y palabras, manteniendo a su patria en un merecido sitial de relevancia en el concierto mundial de la especialidad. Y dejó una vigorosa escuela que hace – seguirá haciendo – honor a su legado.
Con el paso del tiempo, en cada nuevo encuentro, veía a Jan progresivamente más encorvado. Quiero creer que no era el peso de los años, implacables para todos, sino la carga de su enorme responsabilidad, de su infatigable compromiso, y – por qué no – de su simpatía, ya que a sus amigos nos constaba que su aparente distancia era solo una manifestación más de su marcada modestia.
Yo tuve la suerte de descubrir también esa faceta en Jan. En ocasión del VIII Congreso Latinoamericano de Obstetricia y Ginecología de la Infancia y la Adolescencia, en Asunción del Paraguay, Jan me preguntó si podría hacer una escapada a Montevideo, para ver a un ginecólogo uruguayo que había estudiado medicina en Checoslovaquia (todavía era esa artificial unión política de dos pueblos, orgullosos de sus tradiciones), donde habían sido compañeros y amigos. Ese ginecólogo resultó ser también un querido compañero de trabajo en “mi” hospital.
Jan pasó varios días en mi ciudad. Por entonces – y esa era la razón más poderosa que impulsaba a Jan a venir – nuestro amigo estaba afectado por un despiadado Alzheimer. Algunas noches llevé a Jan a cenar. Entonces, nuestras conversaciones ya no eran sobre la especialidad que nos unía. Hablábamos sobre los afectos, las inquietudes por fuera de lo profesional… y el dolor de ver al amigo en esas condiciones. Hablábamos un poco en pobre inglés y bastante más en español, que Jan estaba aprendiendo con envidiable rapidez. Fue en nuestra lengua que dictó una recordada conferencia en mi Hospital.
De eso hace muchos años, pero desde entonces, cada fin de año, recibí un mensaje escrito en una foto de Jan con sus nietos, a los cuales vi así crecer. La media sonrisa de Jan traducía en la imagen su orgullosa felicidad familiar. Y en los momentos de nuevos encuentros personales, esa sonrisa ya no era ni formal ni tímida. Era la exteriorización con la cual me hacía sentir que estaba frente a un real amigo.
Espero que Jan haya dejado este mundo seguro de que mi propia sonrisa al verlo, transmitía idéntico sentimiento.
Hasta siempre, querido amigo Jan.